Nueva Poesía Chilena

viernes, octubre 21, 2005

Entrepoco

I

Entrepoco,
otro que uno hábito diurno.
Poca costumbre realidad,
sin familias,
sin redolias,
sin lasolias.

Poco tiempo para bemoles
y tonos sostenidos.
Algunos agudos entonados:
Timbres graves, cada puerta.

Solamente una figura
se marcaba en el pentagrama de mi día.
Aquella figura que odio.
Odio por repetirla tantas veces
como repito este odio.
Sólo de forma y no de corazón.
Porque aún no descubro respirar
sin tomar parte de su aire,
como si encontrara la forma de preguntar
sin gastar los signos.

II

Entrepoco,
quise ver la flexibilidad del amor.
Pero la soledad es más elástica,
y alcanza a estirarse desde mí hasta ti.

Entonces el amor es líquido
y no viscoso,
y no sólido.
Entonces solo mojaré mis tierras,
mi única forma de tocarte.
Me tomará mañanas enteras,
tantas como pocas veces pensé.

Besaré las gredas,
las arcillas,
los barros.
Permaneceré en tus pies o en tus manos,
si es que caíste,
esperando que ensucies tu rostro
con lo limpio que es este acto.

Deposito lo que odio,
renuncio a su aparición.
Despojo las letras de mi sentimiento
hacia lo que no se asomará nuevamente.

III

Entrepoco,
te perdí un día entero
buscándome en el cuadro de mi retrato.

Primerizo o segundizo,
en total.

Ahí, tú, en los papeles
y en los ojos de unos cuantos.
Notoriamente no estuve,
y notoriamente sentí que lo sentiste.

Las almas permanecen gritando toda la noche
y tengo la clave para escucharlas o silenciarlas
cuando a mi me da la gana.
Así escuché el grato grito de la tuya,
el que no quise esperar: quise que llegara.

Me oscurecí en los pasillos de pies fríos,
caminando entre frazadas y cantos de gallo.
Abrí los ojos como luciérnaga
y ahuyenté al viento que se perdió en el azul verdoso:
Ya no pronosticaría monzones intermitentes.

IV

Entrepoco,
me hice un espacio,
el que me pertenecía,
en tus cavernas inquietantes,
en la cascada marina de tu risa,
en el arrebol de tus mejillas,
en la ira hacia mi mareante trayectoria.

A tu lado no me quedé nunca,
pero pasé por allí más de
doscientas treinta y nueve veces.
Así creaba el período de mi nueva órbita,
sin foco alguno deslumbrante,
sólo valiéndome de la atracción continua,
aquella fuerza externa de necesidades.

Me acerqué a la frontera de tus hombros
e hice mi campamento en esa anhelada cordillera.
Con las puestas del gigante,
que no arruinará mi fantasía,
se desprendían tiernas hojas del árbol de mis labios.

Ese mutuo reconocimiento de origen y destino,
calladamente e instintivo,
en las cuatro estaciones de mi año originario.

V

Entrepoco,
fue tu turno cada día que caía,
en las numerables situaciones,
en cada una de ellas.

Mirabas como estrella vigilante
los pasos y las miradas,
aún así mi sonrisa,
la que intentaron esconder mis bufandas
de serpiente mulata.
Como el cielo esconde el mar.
Como la lluvia esconde la tierra.
Como tus manos esconden mis labios.
Como tu cuerpo esconde mi vida.

No me ahorcaste cuando pudiste,
tranquilamente sentí tus caricias en mi cuello
suelto del espanto y de cualquier cosa parecida.

Envuelto en la manta de los sueños
oí dulces susurros que se amaban entre ellos.

Me sorprendí más que ayer,
porque no te conocí antes
¡Por qué no te conocí antes?